lunes, 25 de mayo de 2015

Desventuras literario-culturales III

Hace rato vengo cuestionándome mis intereses. 
Me está preocupando sobremanera el hecho de poder traer a la mente sin problemas la ubicación exacta en un mapa de alguna de las islas de Terramar, o poder recitar la genealogía de algunas casas de Tolkien, pero no saber ni siquiera ubicar en una línea de tiempo los nombres de más de cinco o seis presidentes argentinos (o sea, los que recuerdo por haber estado bajo su gobierno y dos o tres más, como Perón e Yrigoyen). ¿Dónde estuve todos estos años?

Con los libros de George R. R. Martin se acrecentó este malestar, porque noto a cada página que leo que mi ñoñez se está potenciando a niveles que ni imaginaba que iba a ser capaz de alcanzar. 

Festejo patrióticamente el día de la Revolución de Mayo así: 
Me despierto alrededor de las nueve y media, pero no me prendo una escarapela en el pecho, ni como un pastelito siquiera. —No desayuno nada, realmente, de puro ansioso por lo que sé que puede llegar a venir—. Me armo una pila de almohadas, me arrebujo en las mantas —por fin llegó el fresco—, y abro el libro que dejé sin terminar anoche (mitad por sueño después de unos días ajetreados y muy activos, y mitad para no irme a dormir sabiendo el final de la historia, que sabía que me iba a dejar más cebado y me iba a hacer más difícil dormir saber el final que no saberlo). 
Así festejo el 25 de Mayo: No sin mucha culpa descubro cada día de la Semana de Mayo —y de las otras— que no tengo idea de quién cuernos era el virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, ni mucho menos qué pito tocaban Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Castelli, Azcuénaga, Alberti, Matheu ni Larrea, pero el placer y el fervor que siento cuando me aprendo de memoria las gestas de los héroes de… los Siete Reinos no puede ni compararse al patriot(er)ismo que me despiertan estas fechas, cuyo nivel en mí se mediría en números negativos.]
Todo esto para decir que llegué hace un par de horas, con grandes esfuerzos (si no me equivoco, tardé dos meses), a terminar Danza de dragones, de George R. R. Martin.
Jorgito Martín es sencillamente un $☣#@|=+&☠
¿Cómo se atreve a dejar todo como lo deja al final?
X moribundo/a.
Y ultrajado/a.
Z, α, β, γ, y δ, a punto de estar a punto de hacer lo que están a punto de hacer desde hace tres libros… 
Quiere hacerme entregar mi ejemplar a las llamas de R'hllor, para ver en los fuegos si avanza la cosa…

* * *

No digo más.
Me voy a ver… ¿la cadena nacional?, ¿un documental sobre la Primera Junta?, ¿fotos del Cabildo bajo la lluvia? ¡No!: el episodio de anoche de la serie de TV, vieja, que encima ya son dos cosas distintas, tan contento que me tenía que hasta la geografía me parecía bien hasta no hacía muchos capítulos (como cuando nombran la isla de Estermont). [Posta que no sé dónde queda Beccar, ni distingo San Justo de González Catán, pero puedo recordar casi sin errores la distribución de los fuertes del Muro de Este a Oeste. Qué mal ando, Dios. Si así está el país, es por personas como yo, seguramente.]

* * *

Pero es cierto que esta vergüenza me está moviendo a empezar, al menos, a preocuparme por no aprender solamente sobre mis ñoñeces, sino a dedicar tiempo a repasar, o a estudiar por primera vez, algunos temas de historia «real» que me despiertan interés. 

Por todo lo expuesto, 

RESUELVO:

Me «desafío», considerando el placer que me surge espontáneamente al aprender de memoria estos datos «inútiles», a tratar de encontrarlo en la lectura de algún «buen» libro de Historia, pero sigo buscándolo.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Desventuras literarias II

Recordarán, oh fieles lectores, que hace unos días conté muy orondo que me había encontrado un libro de Mario Vargas Llosa abandonado en Puán.

Bueno, resulta que esta tarde tenía un parcial en la misma aula en la que encontré el libro la semana pasada. Apenas me senté, apareció en la puerta una chica que a viva voz se identificó como la dueña de un libro olvidado en esa misma aula la semana pasada. Uno de Vargas Llosa. Precisamente, La casa verde. Y preguntó si alguien lo había encontrado «hacete el gil, mirá para otro lado, que no se dé cuenta…», porque era un libro que necesitaba para hacer una monografía «diantres» y no iba a poder terminarla «recórcholis», y bueno, que por favor si lo tenían se lo devolvieran; que si no, lo iba a leer en la computadora «con mil demonios».
—Lo tengo yo —le batí. 

Arreglamos para que se lo lleve la semana que viene a la clase.

Así que no llegó ni a juntar un micrómetro de tierra y ya se va de mi bibliotequita.

Adiós, adiós. 

* snif *

jueves, 14 de mayo de 2015

Desventuras literarias I

Hace mucho que no publico nada por acá, pero puedo usar el botón «programar» y nadie se da cuenta, jo jo jo. 
Mejor así, quizá. No publicar tanto y listo. (La vida pasa por otro lado, digo, me parece.)

Ayer me encontré abandonado un libro abajo de una silla en Puán. 
No digo cuál es porque puede aparecer el dueño y se cumpliría de nuevo lo de «easy comes, easy goes…», jo jo jo.

Pista: es de un autor de quien ya tengo un libro que nunca leí. De modo que ahora son dos libros que quizá nunca lea. ¿Será el destino de este autor quedar «obliterado» bajo el polvo en mi pequeña y abarrotada bibliotequita? Quizá sí, porque parece ser que fue (o es; ja ja ja, cuánto misterio) un culeado que escribía cosillas muy izquierdosas pero a quien hacia el final de su vida «se le notó la marca de la gorra».
Era de Vargas Llosa.