¿Mi deseo para el año que viene?
Ver en vida el fin de los tiempos.
Que el 31 a la noche empiecen truenos y relámpagos, que la noche se haga día, que los pájaros levanten vuelo y se den de cabeza contra los edificios, que los árboles pierdan las hojas y se marchiten instantáneamente, y que el cielo se ponga rojo y negro, que las nubes se arremolinen y de un vórtice baje una mano gigante que nos señale y que la mugre de SU uña nos interpele y que, al encontrar esa mugre escatológica con la mirada, nos hagamos de un polvo que se lleve el viento.
Así podremos gritar —y esta vez, con verdadera justicia— al irnos desintegrando: «¡Felisa, me muero!»
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